Cuando Gabriel se apunta a las jornadas de juegos de mesa con la intención de jugar tanto como pueda durante los próximos tres días, lo que menos se espera es que un hombre atractivo le acribille con la mirada en el aparcamiento. Así que cuando el mismo hombre se une a la mesa en la que está jugando, Gabriel está decidido a hacerle sonreír, incluso si para ello es necesario tirar más fichas que las incluidas en el juego.
Cuando Aitor entra en el polideportivo después de que alguien le haya robado su plaza de aparcamiento, no espera sentirse tan atraído por la misma persona a la que había decidido odiar unos pocos minutos antes. Sin embargo, mientras conoce a Gabriel a través de los juegos y el flirteo, no es capaz de ignorar esa atracción.
No hay reglas para tirar ficha, pero para Gabriel y Aitor, es un juego que puede tener dos ganadores.
Al final, Gabriel ganó la partida, con Aitor muy cerca de su puntuación en segundo puesto. Una vez comprendió lo que Gabriel había estado haciendo había ido a por él y le había saboteado cada vez que había podido, sobre todo si también le beneficiaba a él.
Gabriel le sonrió. -- Bien hecho. Has estado cerca.
Aitor cruzó los brazos y le fulminó con la mirada. -- Imagínate lo bien que lo hubieras hecho si te hubieras concentrado en jugar y no en que los demás perdiéramos.
-- ¿Pero qué tiene eso de divertido?
Aitor abrió la boca para contestar, pero otra voz le interrumpió antes de que pudiera hacerlo.
-- Cuando hayáis terminado de tiraros fichas, ¿queréis jugar otra partida?
Gabriel dijo «Dios mío, sí» con entusiasmo, y Aitor asintió.
Cuando el jugador a cargo de la partida empezó a mezclar las fichas de nuevo, Aitor miró a Gabriel. -- Vamos a ponerlo más interesante. Apuesto a que no puedes ganar sin dificultarles el juego a los demás, solo por méritos propios.
-- Acepto. Y te vas a arrepentir de haber hecho esa apuesta. -- Gabriel no tenía ninguna intención de perder, aunque no poder meterse con el resto de jugadores le quitaría la mitad de la diversión al juego.
Aitor sonrió, lo que le hacía parecer incluso más joven. -- Ya lo veremos. ¿El perdedor invita a algo al ganador después de esta partida?
-- Trato hecho.
El juego empezó de nuevo y Gabriel se esforzó al máximo para conseguir puntos sin interrumpir a nadie, pero al final quedó tercero. Aitor ganó la partida y le sonrío con picardía.
-- Acepto mi derrota.
Aitor asintió, mientras ponían las piezas de nuevo en la caja. -- Es una pena que no estuviéramos jugando a quitarnos ropa con cada pérdida, entonces hubiera disfrutado tu derrota aún más.
Gabriel sintió como su cara se ruborizaba. -- Bueno, definitivamente necesitas invitarme a beber algo antes de que empiece a quitarme la ropa. Con una bebida pequeña bastará.
-- Hablando de bebidas, ¿quieres pagar la apuesta ahora?
Uno de los jugadores, Raúl, según su pegatina, que no había dicho nada durante las dos partidas, les miró con desdén. O más bien miró con desprecio a Gabriel. -- Joder, ¡largaos a flirtear a otra parte!
Gabriel bajó la mirada a su camiseta, pero no le hizo ningún caso a Raúl. -- Vamos, Aitor. No tengo ningún interés en jugar con intolerantes. -- Sintió la mirada del tío en la espalda durante todo el camino al bar, pero le ignoró --. ¿Qué quieres tomar?